viernes, 11 de febrero de 2011

yepaaa


Recuerdo con edulcorado anhelo los días en los que era un animal, una bestia sin sentido de la mesura ni capacidad de raciocinio. Entonces los impulsos eran la única lógica aplastante y la satisfacción de los deseos la verdad universal. Al caer la noche y correr el ron nuestras cabezas se transformaban y ya no éramos los mismos, el apetito y la veda quedaban abiertos, tormentosas mareas de rock aplastaban nuestras cabezas y nubes tóxicas y ríos de alcohol agrio se convertían en nuestros idílicos parajes. Los bares eran refugios en los que aguantábamos mientras nos lo era permitido, hasta que teníamos que marchar a las frías pero acogedoras calles de nuestro querido hogar. Y la rabia vuelve a nuestras bocas espumeantes y resecas, al son de las cuerdas de acero y la tierra seca bajo el sol, donde los charcos de cerveza no duran dos tragos y donde el espíritu se siente libre. Donde ya no hay solución ni consuelo que valga, donde los sueños se hacen realidad y la mejor compañía tiene nombre de mujer, allá donde todos somos esclavos de una misma idea, donde la amistad se revela a su significado y la felicidad sobrepasa su propia concepción...
Ay coño que bien se está...

2 comentarios:

  1. Pues claro flautista, cada momento tiene un que se yo, que yo que se.... Tenemos que vivirlo a tope y así podremos recordarlos de esta forma tan especial que tu lo haces. Un saludo

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  2. Carpe Diem nunca encerró tanta verdad en sí.
    Saludos.

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