domingo, 13 de marzo de 2011

Blue Danube Waltz

Me gusta caminar con los ojos hacia arriba, mirando las estrellas y observándolas, siendo parte del disfrute de su naturaleza, y dejándome mecer por el viento como si de una melodía de Strauss se tratase. Y entonces inventóme palabras y dejóme llevar por esta catarata de emociones que arrasan los muros de mi consciencia, y el grandilocuente sueño de una noche de transición de invierno-primavera se hace dueño de mí, cabalgo pues a lomos de la subcordura y soy caballero sin jamelgo, Don Quijote con cordura, ciudadano residente de un hotel acolchado, de un deseo apagado.
Tantas veces el mundo me parece tan pequeño... En realidad lo que quiero decir es que el mundo es tan grande y yo tan insignificante, sé tan poco, llegaré a saber tan poco, mi conocimiento acerca de nada será tan ínfimo que mi paso por aquí será más que someramente ridículo, y sólo la visión de un Dios es digna de sobrepasar al tiempo y al espacio, capaz de abarcar todo el conocimiento del universo.
Lo que un hombre puede albergar no es nada comparado con lo que desearía poder albergar, y lo que desearía es lo que jamás llegará a concebir como la posibilidad de lo que podría llegar a albergar, lo que un hombre cabría esperar albergar es lo que sueña poder concebir.
Ahora me veo como un ínfimo marinero en un bote avezado a la monótona y sorprendente deriva. El viento es amigo de insabible voluntad, como el tiempo es salubre al corazón, la vida se mece en un oleaje compuesto por un millón de melodías, en un vals de vaivenes, donde las trompetas del fin de los tiempos anuncian el esperado final, donde toda esta palabrería sin sentido aparente se reencuentra con mi sentido común para poner punto y final de manera cuasisobria a esta encrucijada.

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