miércoles, 26 de enero de 2011

El fin de la historia

El texto de Fukuyama resulta intrigante y tenebroso a la vez, puesto que afirma que el destino de la humanidad será la resignación, o más bien aceptación del sistema económico y político liberal, y por ende, del capitalismo y sus externalidades negativas.
Parte de una visión Hegeliana y Marxista en tanto y cuanto que analizan el bagaje de la humanidad a lo largo de los siglos como una evolución en progreso que, según Hegel tendría su fin con la implantación de las ideas de la Ilustración y, según Marx, cuando tuviera lugar el colapso del capitalismo por su propia esencia y con la ayuda de las revoluciones proletarias y la posterior implantación del socialismo; Fukuyama fue más allá, en el sentido de que al ser cronológicamente más reciente que Marx, ha podido comprobar el rumbo que ha seguido la historia y los virajes que han tenido lugar, y esto le ha llevado a concluir, contrariamente a la hipótesis marxista (y ni que decir tiene la de Hegel)  que la historia no acabaría con el surgimiento, expansión y estabilización del socialismo, sino del liberalismo.
Fukuyama nos argumenta su hipótesis con numerosos datos de variada índole: primero, que aquellas ideologías que en su día emergieron con prometedora fuerza sucumbieron al cabo de los años, si no de forma súbita como los fascismos europeos, sí de manera más prolongada en el tiempo, introduciendo pequeñas reformas adaptando su sistema al liberalismo, como ocurrió en la URSS y en muchos países de Asia; en segundo lugar, la economía basada en el libre mercado ha demostrado su eficacia con respecto a otro tipo de economías aisladas (autarquías) o intervenidas (comunismo); por otra parte se ha producido una especie de efecto llamada de la cultura occidental hacia los países de Asia, y posteriormente Latinoamérica y Oriente, es decir, ahora que muchos países han llevado a cabo reformas en pos del liberalismo económico y han introducido la tecnología, las modas, los estereotipos y, en definitiva, gran parte de la cultura occidental ha sido transportada en un acto de globalización a estos rincones del mundo, las gentes de allí han venido desarrollando un incipiente gusto por estas costumbres, lo cual no implica un desligamiento de sus propias tradiciones; además para completar el puzle, según Fukuyama (y las evidencias) la paulatina introducción de elementos que van liberalizando el mercado poco a poco (por ejemplo en Rusia la descolectivización agrícola, incremento de la producción de bienes de consumo, etc.) trae consigo una inevitable reforma del sistema político que iría en la dirección de una democracia liberal. Los valores del capitalismo se han insertado en las culturas orientales, el liberalismo se está expandiendo por Asia, aunque en China ha encontrado un hueso duro de roer, al final se está abriendo a la reforma liberal, aunque eso sí, en el plano económico, pues de ninguna manera ha realizado cambios políticos, al menos de manera significativa.
No son pocos los expertos que atribuyen el fracaso del comunismo a su centralizado intervencionismo en la economía y piensan además que el reflote de estos países pasa por adoptar los caracteres liberales.
Además Fukuyama puntualiza que este fin de la historia que él defiende, llegará cuando el liberalismo económico y político llegue a un número de países considerados el motor de las sociedades o que, al menos, parte de estos países cesen en su intento de mantener vivo el fantasma de viejos y obsoletos sistemas; pero a pesar de todo, el liberalismo incluso habiéndose librado ya del fascismo y el comunismo, dado que aunque queden defensores a ultranza de estas viejas ideologías, hoy día no suponen ninguna amenaza real para el liberalismo; lo que sí puede refrenar el proceso son dos movimientos que aún a día de hoy se hacen de oír: los nacionalismos y la religión. Los nacionalismos desvertebran el orden social allá donde se libran sus batallas e impiden una fluida instauración de las democracias liberales y por supuesto dificultan el libre comercio; por otro lado, ciertos movimientos religiosos que han retomado mucha fuerza en las últimas décadas también pueden poner en peligro este equilibrio liberal, estamos hablando del fundamentalismo islámico que se opone al modo de vida occidental y todo lo que ello implica (cultura, valores, sociedad de consumo, aperturismo social, etc.).
Otro aspecto a destacar es que según Fukuyama, cuando en un futuro el mundo haya sido conquistado por los mercados libres y las democracias al estilo europeo y norteamericano, no quiere decirse que la humanidad se haya librado por fin de los conflictos internacionales, puesto que siguiendo los pasos de Weber piensa que las sociedades en el modo en que se organizan no son fruto (o al menos no del todo) de las condiciones materiales del entorno en que se halle sita dicha sociedad, sino más bien al contrario, el rumbo tanto a nivel de organización social como de modo de producción dependerá sobre todo y en gran medida de las conciencias de los integrantes de esa población (que también se verán influenciados por el entorno, pero de manera absoluta como afirman los marxistas); quiere decirse con todo esto que cada país perseguirá sus propios objetivos y por ende tendrá que “colisionar” con otros Estados que vayan en busca de los suyos propios. Pero al final añade que los conflictos irán a menos, pues cuando el libre mercado y el consumismo hayan conquistado el mundo y el pensamiento único haya penetrado en la conciencia de la humanidad, no habrá lugar para preocupaciones de tipo bélicas ni ideológicas, pues se habrá alcanzado un nivel de estabilidad no solo aceptable, sino deseable (al menos para algunos).
Cuando diez años después de escribir El fin de la historia Fukuyama hace revisión de los acontecimientos que han tenido lugar y respondiendo a las numerosas críticas de que fue objeto su escrito, se reafirma en lo dicho y comenta: “nada de lo que ha sucedido en la política o la economía mundiales en los últimos diez años contradice, en mi opinión, la conclusión de que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas alternativas viables para la sociedad actual”.
Fukuyama no se equivoca al decir que las democracias liberales y el libre mercado han abrazado muchos nuevos rincones del mundo, pero en mi opinión se equivoca al decir que ese es el deseo de la mayoría, además pone un ejemplo que para nada comparto, dice así: “La prueba está también en los millones de inmigrantes del Tercer Mundo que todos los años votan con sus pies por vivir en las sociedades occidentales y que acaban por asimilar los valores de Occidente”. El hecho de que millones de inmigrantes se marchen de su lugar de origen hacia países occidentalizados, ya sea en Europa ya sea en EEUU, no es porque ambicionen el modo de vida de estos países, sino que es a causa de las externalidades negativas producidas precisamente por ese libre mercado imperante en el mundo, que permite y fomenta el que poblaciones enteras de África guerreen entre sí con las armas que Occidente les vende, mientras las empresas extranjeras les esquilman los recursos naturales, matando al pueblo de hambre para gastar lo mínimo y sacar lo máximo luego cuando nos lo venden a nosotros aquí miles de veces más caro; en segundo lugar, el hecho de que  estos inmigrantes adopten la cultura de los países a los que emigran es sin duda una lógica consecuencia de la habituación al nuevo lugar de residencia, este fenómeno recibe el nombre de asimilación.
Soy plenamente consciente de las circunstancias reales del mundo y sé que el libre mercado es la mejor opción, pero con un ligero matiz, y es que los Estados deberían velar para que no se cometan las atrocidades típicas del capitalismo salvaje, interviniendo lo justo para este cometido. Y en cuanto a las democracias occidentales, pienso que deberían hacer con las empresas lo que hicieron con la Iglesia (laicismo), es decir, separar sus intereses, porque si no jamás conseguiremos un gobierno que haga una política social eficaz sin que haya leyes pro empresarios que perjudiquen a mucha gente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario