viernes, 30 de octubre de 2009

El imperdonable colacao de por la noche

Hoy como ayer y al igual que mañana volvemos a ser ruborizados poetas de damajuanas melosas y paredes encaladas. Se huele el polvo anciano y se oye la hamaca carcomida enfrente del paño de ganchillo enmohecido por el portafotos de hierro. El señor solemne de la casa ya es viejo y sus manos de cuero y su cuerpo de terciopelo fueron testigos de innumerables batallas perdidas al sueño. Solamente con estar dentro parece como si el tiempo se hubiese detenido en aquel rincón abrazándolo con verdín en los zócalos y ortigas en las esquinas.
Probablemente allí hubo calor y amor tiempo atrás y entre las roídas colchas que ahora eran el hogar de algún que otro campestre convecino se creó vida y entre los telarañados platos de vidrio grueso y verde olió a sopa con tripas de pavo y tinto con casera.
Hoy como ayer volvemos a cruzar el umbral del tiempo, retrocedemos hacia una infancia de trampas de ratones, fango en las botas, cipreses ancianos y rodillas peladas.
Nunca me sentí tan libre y en paz como cuando salía allí de noche a deleitarme con la música de la orquesta sinfónica silvestre mientras veía la coral de copas al viento que aplaudía al firmamento de una luna que vi nacer naranja en lo alto de lo que yo pensaba que bien podría ser el fin del mundo y todo estaría bien.
Hoy como ayer y al igual que mañana volvemos a sonreír en silencio gustosos de contemplar el paisaje que en su tiempo nos nutrió y al que deseamos nutrir algún día.
Si todo se repite en un nietzscheano ciclo infinito, ansío con censurable aprobación que vuelva a llegar aquella época en la que era libre.

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