sábado, 16 de enero de 2010

Nightmare

Aquella mañana abrió los ojos y miró la calle a través del condensado cristal de su pequeña ventana, el panadero estaba abriendo su tienda, una mujer con un abultado abrigo caminaba calle abajo hacia el parque con un perrito vestido con un horrendo jersey verde a cuadros, no eran pocos los coches que ya circulaban, pero sí la gente que se veía enfrentarse cara a cara con la gélida brisa matutina. El día había empezado. Se sentía vivo, con ganas de salir y respirar la ciudad, pero decidió que aún era demasiado pronto, así que volvió a tumbarse en la cama, se tapó hasta la mitad de la cara y cerró los ojos de nuevo. Minutos después se encontraba defendiendo la muralla de Minas Tirith del ataque de los orcos.
A las diez y cuarto volvió a abrir los ojos y esta vez no miró por la ventana, tras estirarse y gemir varias veces despidiéndose de la típica pereza que precede al comienzo de la actividad diaria, se puso en pie y se dirigió al cuarto de baño.
Al salir a la calle observó estupefacto un inquietante desierto urbano, no había nadie en la calle ni tampoco en las tiendas, no circulaba ningún vehículo ni se oía ningún ruido antinatural, sólo los pájaros se hacían de notar. Al principio se detuvo unos segundos intentando comprender aquello, luego inició su cotidiano camino hacia el centro, el miedo iba en aumento según atravesaba calles y avenidas sin toparse con rastro alguno de vida humana, todo era muy extraño.
De pronto notó cómo el buen tiempo que hacía aquella mañana se empezaba a turbar con el silbido de un gélido viento que venía del oeste, el cielo comenzó a nublarse poco a poco, el sol quedó oculto tras cordilleras nubosas. Reinaba la quietud únicamente corrompida por esa brisa escalofriante.
Cuatro horas llevaba pululando sin rumbo por la ciudad en un desesperado intento de toparse con alguien, ya no le importaba quién fuera, sólo deseaba ver a una persona, aquello no era normal, ¿sería posible que todo el mundo hubiera desaparecido en cuestión de unas horas? ¿qué había pasado? igual todos se habían marchado en romería a las afueras y él no se había enterado del evento, o a lo mejor habían evacuado la ciudad por alguna razón de peso que él ignoraba, fuera lo que fuera tenía que hacer algo. Entró en una cabina telefónica y echó unas monedas, marcó un número, pero sólo pudo oír por el auricular ese pitido que indica que el teléfono marcado no existe, tras cinco minutos intentando llamar a todos los teléfonos que se sabía y oír en cada una de esas veces el mismo pitido, se echó a llorar y se sentó en el suelo de la cabina.
Estaba solo en el mundo, no había nadie, nadie a quien dirigir la palabra, nadie que le escuchara, no tenía a nadie a quien querer ni a nadie a quien odiar, se sentía solo en un mundo inmenso, la desesperación se apoderó de él primero, el transcurso de las horas daría paso a la resignación. La idea del suicidio llevaba ya rato atosigándole. Se puso en pie, se limpió la cara con la camisa y se dirigió al banco que tenía enfrente, subió hasta la azotea del edificio y al borde se detuvo, observó la ciudad durante un buen rato, recordando su vida, las personas a las que quería y que ya no estaban, una lágrima saltó de su ojo a su mejilla y de su mejilla al vacío y como en un intento de recuperar lo único que le quedaba en este mundo y no se disponía a perder, se lanzó tras la lágrima.
Un ruido espantoso se oyó, abrió los ojos, miró a su alrededor, apagó el despertador.

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