sábado, 22 de agosto de 2009

In Averno

Hace calor, el aire se ondula rendido a las altas temperaturas y el suelo se vuelve de un doloroso ardiente. Cuesta respirar y cada bocanada es como tragar fuego y wasabi a la vez, insoportable, doloroso, desgarrador, sangrante...
Cada mínimo movimiento produce un dolor inimaginable y el calor es tan intenso que el sudor se evapora antes de salir de la piel y las lágrimas no existen por la misma razón, es casi imposible mantener los ojos abiertos sin que se empiecen a secar rápidamente, la sensación es como si te cogieran los ojos con las manos y los apretasen fuertemente hasta hacerlos explotar.
La piel seca se desprende a trozos con cada plegar de articulación y cada roce con cualquier objeto.
Pasado un tiempo en el lugar te acostumbras al dolor, pero éste no disminuye, los ojos en realidad no llegan a destruirse y puedes llegar a abrirlos con el condicionante de un dolor punzante contínuo, pero es eso y ver o que te duelan un poco menos y no ver el abrupto y escarpado terreno del que salen fumarolas que derretirían el plomo y grietas oscuras que se extienden kilómetros bajo tus pies y de las que salen unos aullídos de desesperación y miedo.
Pero no estás solo, hay cientos de criaturas autóctonas con cuerpos deformes y mutilados, a ellos el calor y el fuego no les afecta, como tampoco caminar sobre el afilado suelo de rocas, sus caras son como sacadas de una novela de Stephen King y tienen todo el cuerpo lleno de pupas, úlceras y pequeños cuernos y protuberancias afiladas. Todo el tiempo andan gritando, emiten unos chillidos muy agudos, tanto que duele tenerlos cerca, su diversión es corretearnos y arañarnos, mordernos, empujarnos para que caigamos sobre el rocoso suelo o en alguna grieta. Es imposible tener un minuto de calma para preocuparse un momento del sufrimiento de uno mismo, las horas, los días, los meses y los años pasan siempre con la misma cotidianeidad, huyendo de esas horribles criaturas, quemándote con las llamaradas que salen del suelo o las que se producen inesperadamente en el aire. No hay ningún rincón en el que esconderse a pesar de la variedad del paisaje, es todo montañas, cuevas, bosques de rocas alargadas, grietas gigantes en el suelo, cimas y simas y toda una variedad de acantilados frente a mares de lava. Siempre hay alguna de esas molestas criaturas escondidas en lo profundo de cualquier rincón esperando a que pase alguien para atacarle.
Cuando llegas aquí por primera vez es cuando peor lo pasas, el primer año es insoportable, no acabas de creértelo, a partir del segundo año ya te has hecho al lugar, pero aunque no puedas morir el dolor es tan intenso y contínuo como desde que llegaste. Entónces empiezas a recapacitar sobre todo lo que hiciste y a replantearte cosas, jamás pensaste que un lugar así pudiera existir y cuando lo ves, no lo crees, no lo comprendes...
Es tu paraíso.

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